Resonancia en Saramago
Carta para aquel amigo
Ya hace bastante
tiempo de nuestra última comunicación…siento como si todos los milenios de la
historia humana pudieran abarcar este vacío que se enraíza, cada vez más, en el
profundo abismo que soy.
No puedo recordar muy bien las circunstancias
en las que nos sentimos en aquel -que ahora se presenta como último- encuentro,
tampoco, puedo asir los lugares o las formas, sin embargo, existe una huella
que quedó impregnada en mi memoria, y es aquel olor que siempre te rondaba, el
olor a papel guardado y viejo, olor a recuerdos y a cosas sin importancia, olor
a vida encerrada y corroída, en realidad, es el olor a tu trabajo, el cual, carece
de total importancia para mi, sin embargo, él parece haberse adueñado de todo
cuanto eres, de todo cuanto intentas ser, hasta tu tiempo se pierde en
las interminables filas de personas que optan por pertenecer al sistema legal,
todo empieza por ti, todo comienza en la Registraduría.
Ese
olor a papel, tinta y animalitos me recuerda siempre tu estoica postura frente
al deber ser, tu irremediable naturaleza para cumplir, tu simple y compleja
forma, en fin, ese olor donde sea que lo encuentre -claro está no lo bastante
común en este presente, ya que, el mundo digital gana cada vez más espacio- me
lleva hacia ti, mi mente pronto se encuentra de nuevo entre el áspero de tu
tacto, el torpe sonido de tus palabras, el sin sabor de lo que pudo ser… así me
catapulto hacia un espacio futuro que no existe que, simplemente, no puede
existir… Tú estás lejos, muy lejos… y yo siempre estoy acá… el espacio pasa y
se convierte en tiempo, sin embargo, mis raíces están tan abajo, tan enterradas,
que ya no pueden darse cuenta de estos cambios.
Te
escribo como última esperanza, entonces, luego de esta carta no me queda nada
más que cerrar los sentidos y disolverme en el espacio sideral.
Cuando mi puerta sonó esa tarde -casi noche,
acepto que recuerdo- me puse brava y sentí ira hacia el ser que se atrevía a
tocar, que se atrevía a derrumbar el frágil equilibrio de mi vida, entonces,
cuando te sentí quise echarte y no saber más, pero, desde muy lejos me llamaban
a gritos mis verdades, mis culpas, mis deseos aún vivos… Así… Hubo amor de
nuevo, esperanza, tranquilidad, sobre todo, hubo posibilidad de redención… Tú
vacío me hace daño… La muerte se apodera lentamente de aquello es mi sensación
de la existencia, no estoy segura si esto debería escribirlo ya en pasado, en
un pasado inconcluso, más que, en un presente real.
Mis
errores, aquellos que me alejaron de seres amados, esos errores son el tesoro
de esta vida que sin sentido aún es vida, aún siente, aún se defiende. Vivo y…
y nada más… quisiera hablarte de noches de verano, de escapes con olor a
algodón de azúcar, quisiera decirte que el adulterio solo es reprochable en una
mujer, quisiera que pudieras sentir la alegría y el suave calor que deja el
contacto con otro cuerpo, quisiera que no buscaras mis culpas, mis abandonos, y
que más bien, vinieras para saber de mi para yo saber de ti… saber qué sientes,
saber cuándo se calló tu primer diente, saber si sueñas o duermes, en fin,
saber qué amas, qué hay más allá de los registros de vida y de muerte…
podríamos tomar algo, tocar nuestras manos, ser libres, tal vez, felices.
Mi
espacio es cada vez más pobre y mis fuerzas se niegan a esforzarse más… Te
dejo, entonces, ese instante de espacio que compartimos, te dejo el calor del
rose y la posibilidad de haber podido ser la mejor historia de amor que este
mundo, ahora gris, pudiera haber conocido.
Siempre
tuya,
Carmen.
Comentarios
Publicar un comentario