De la reflexión y los elefantes…
Espacios habitados que nos contienen, y que
en un doble movimiento, son contenidos por nosotros; sensores sensibles que nos
interconectamos, a través, del tacto, la vista, el olfato, el gusto, la
intuición, la imaginación y la razón[1]…
Primero el tacto, luego, el sonido… o… tal vez primero la vista, luego, la
imaginación.
Todas las
sensaciones de la existencia recreadas en el instante de la pintura y el
espacio de la danza, junto a ellas, también, los sueños, y más allá, todo lo
que se intenta decir, comprender, asir; la memoria fuerte y constante como los
elefantes, a la vez, de una belleza corrompida, al igual que, los cisnes ahora
grises antes blancos.
Reflejo de lo que somos, lo que hemos sido, lo
que seremos, los cuerpos a los que nos hemos entregado, las ideas que se han
amado, las razones que nos han defendido, sin embargo aunque nuestra imagen se
encuentra intacta, las reflexiones (reflejos) nos muestran cómo aquello que
percibimos nos escapa, es decir, nos escapamos a nosotros mismos; reflejamos el
delicado balance entre el marchitar y el ser, entonces inevitablemente,
intentar ser en sí mismo de manera auténtica implica trasegar el camino, por lo
tanto, vivir a plenitud es marchitarse con dignidad, y acá el sentido no
importa, ya que, pase lo que pase nos marchitaremos.
En el reflejo
de todo la existencia, en el reflejo de Dalí y sus Elefantes, me encuentro (en
sí misma) entre el vaivén de las notas musicales, el movimiento acorde, y la
reflexión sobre mis propias memorias y un marchitar dulce…
Ritmo que
condensa el sentimiento de aquello que albergamos en nuestros sentidos, y las
sensaciones, que de manera meticulosa, guardamos para esos momentos propios,
personales e intransferibles de nuestra soledad.
En los
movimientos se escribe un lenguaje que se descifra, a través, de las
experiencias compartidas y vividas en los espacios de nuestra existencia; dicho
lenguaje no es posible descomponerlo en formas lógicas, ya que, la vida carece
de esa lógica, entonces, la comprensión se da por la vida en sí misma.
Movimiento y
ritmo crean una composición cargada de todas esas sensaciones; de todos los
momentos que se inmortalizaron en la memoria; y de los sentimientos, que
inevitablemente, son producto de la
dialéctica entre dos seres humanos.
Dialéctica
llena de etapas singulares, de sensaciones intensas, y de las huellas que
construyen nuestro camino; camino que no se vuelve a recorrer, que fluye a
través de nuestro cuerpo en forma de espíritu, suerte de destino que
construimos inconscientemente y que lucha por ser conciencia materializable en
libertad de movimiento.
Los acordes se
deslizan en el escenario mientras nuestra mente se ocupa de comprender que no
existe un antes y un después, más bien, un durante eterno que nos envuelve con
sus sucesiones con apariencia de final.
Y es cierto que
el presente cambia en cada presente; que nadie se baña en el mismo río dos
veces, sin embargo, somos la suma continua de cada instante de la existencia.
Después de ti
quedo yo con la suma de tus huellas, y tú con la suma de las mías; ahora somos
uno más otro para siempre…
La eternidad
está contenida en las huellas tuyas, mías, y de la humanidad entera… Y este
presente se confunde, al igual que los elefantes con cisnes, en un sueño que me
refleja (¿Nos refleja?, pero, no existes es mi propio reflejo), un sueño que en
el movimiento busca mostrar todas las caras de la realidad absoluta, es decir,
propia e intransferible… Sueño… Y creo que Dalí estaría acá en el diván con
consejos sabios y poco prácticos… Nuestros reflejos ocupan espacios distantes,
diversos, por lo tanto, cercanos, igualables… Sueño…
[1] Tanto la intuición
como la razón son antenas sensoriales que nos conectan con las realidades
internas y externas a nosotros como sujetos, por lo tanto, son vías (sentidos)
de sensación, ya otro historia, es el tránsito de toda esta sensorialidad hacia
la conformación de ideas, pensamientos y los complicados rompecabezas del
acerbo del conocimiento.
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