La Espiral



La Espiral


“También eso puede darse. Nos convertimos en lo que matamos, Légele. Tú no lo piensas pero venimos de lejos”

(Cesare Pavese, Diálogos con Leucó, “El Toro”)



Era de mañana. Todo aún dormía y ella, en su confortable cama, pensaba en todas las posibilidades que se le presentaban. Hacía unos días había conocido al Toro y todo había cambiado en sus perspectivas; entre largas caminatas y diálogos sobre lo universal las horas habían pasado como en un sueño: suaves, livianas, rápidas. Ya no creía que fuera necesario ganar pesadez, ni que, la levedad fuera aquello que nos hacía la existencia inabarcable, sentía un nuevo brío que se colaba desde sus primeros Chakras hasta el cosmos que la contenía, una pequeña luz naranja le recorría toda su espina dorsal y ya no era tiempo para llorar.

Demasiados espacios habían transcurrido junto al llanto y el dolor. Por fin había llegado al final de ese largo camino. Con el Toro todo era nuevo y fresco, como un fauno se deslizaba entre las hojas, la lluvia, el crujido de los árboles y el cantar de las estrellas; en cada instante encontraba algo para maravillarse y sentir la energía que lo poseía. En las noches- cuando la invitaba a pasear entre luciérnagas- jugaban con el polvo de estrellas que se desprendía de algunas estrellas fugaces, y saltaban junto a las ranas y sapos en el estanque cercano, la gravedad parecía ceder ante su canto- el del Toro- y las nubes se enredaban entre sus cuerpos, y así, creaban vestidos increíbles de bruma, aurora y rocío… Tal vez… Tal vez si todo pudiese ser así para siempre, si la ingravidez lo cubriera todo y ya no existiera el peso de esta realidad… Tal vez… Tal vez valdría la pena existir.

Luego de un rato en esta reflexión se levantó, estiró todo su cuerpo y observó la belleza del exterior con sus altos árboles, pájaros cantores y pequeños bichos que se colaban entre la hierba y las hojas. Bajó los escalones y en la cocina se preparó un Té verde concentrado y fuerte y salió a respirar profundamente al jardín. Su gato Dante fue junto a ella y ambos compartieron los rayos del sol, el olor a bosque y el frío que deslizaba entre sus cuerpos. Desde lejos se podía escuchar una canción vieja y pasada de moda y alguien que la tarareaba, un perro que batía su cola y algunos automóviles que se deslizaban por la autopista; era maravilloso... ¿No?.. Este momento exacto, este instante de existencia, estás respiraciones hiladas a todo este devenir. Pronto tendría que decidir… pronto nada esto sería más su realidad o lo sería para siempre. Dante maulló un par de veces y salió tras una mariposa que volaba cerca a una flor. Respiró varias veces, sujetó con fuerza la taza aún caliente y quiso poder gritar. No lo hizo. Solo suspiró hacia el firmamento. 

A las diez de la mañana tomó un baño caliente y reconfortante- lleno de esencias y pétalos de flores-, luego se preparó unas ricas tostadas con aguacate, hummus de berenjena, tomates frescos y secos, albahaca y orégano, comió sentada en el mesón de la cocina. A las tres de la tarde la ventana que daba hacia el oriente comenzó a sonar como una campanilla: ¡Era él! Su corazón se aceleró, le temblaron un poco las piernas y todos sus bellos corporales se erizaron. Trató de caminar con paciencia, sin embargo, la emoción no se lo permitía… Cuando llegó a la ventana pudo ver su hermosa piel café, dura y cubierta de pelo- era tan brillante que podía competir con el sol-, sus ojos profundamente negros y su voz ronca- que parecía venir desde el fondo de los siglos- lo llenaron todo, una vez más, todo era en su ser. 

Ese día tenían importantes temas que tratar, no era igual que siempre, hoy había que decidir… No era fácil… Su corazón sentía una mezcla de tristeza, ansiedad, emoción y pesadez… Lo escuchaba, pero, su cerebro no lograba comprender las palabras- ni sus significantes sonoros ni sus significados- y lo único que había era esta luz naranja alrededor. Dante se encontraba inquieto y no paraba de maullar. De repente un torrente de lágrimas comenzó a brotar de sus ojos y el Toro la abrazó con tal profundidad que ella sintió que eran uno solo. 

…- Dante puede venir con nosotros, los gatos siempre serán bien recibidos. En el no-lugar podrá ser gato en esencia y hacerse uno con las estrellas a las que invoca-…

Luego de unos instantes- que podrían ser siglos- su respiración profunda respondió: sí, y el espacio comenzó a transformarse en espuma de mar y en aire de las altas montañas; Dante iba a su lado izquierdo y el Toro a su lado derecho cuando pasaron la estrella matutina y la tercera estrella del camino sintió una paz inefable… Ya su mente no le pertenecía a la razón, ya nunca más tendría que elegir entre la levedad y la pesadez. 


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