Habitamos
Por Aída Fernanda Alzate Cano
¡Y cómo empezar sin
un espacio para la existencia! Porque se hace evidente que sin espacio (sin
vacío, sin la nada, sin la realidad exterior, sin nosotros mismos) no hay
tiempo. Que desliz tan grande cuando me olvido del espacio para pensar sólo en
mis recuerdos, en mis sensaciones, en fin, en mi tiempo. Las reflexiones
anteriores me han llevado por el camino de asir el tiempo a la existencia, y de
repente, como un rayo en el cielo claro, aparece él (o ella tantas discusiones
sobre el género del lenguaje): figura que configura esa misma existencia que el
tiempo con tanto ahínco intenta aprehender y determinar.
Entonces
las ideas sobre todo y nada, es
decir, los pensamientos humanos se convierten en un crisol de las experiencias
que éstos cuerpos vivimos y hacemos conscientes; porque ser y estar (dos verbos
en español, uno en inglés, ¿Cuántos en árabe?) es espacial y no temporal, aquí
el tiempo queda suspendido en el espacio que se habita: se es y se está, luego de
esta existencia espacial viene, entonces, la existencia temporal. La conciencia
de los pequeños humanos se hace realidad para su mente a través de los espacios
y los cuerpos, y es sólo, la experiencia la que les permite determinar los
universos (todas las formas en las que se les presenta el espacio) y crear
el tiempo; se descubre, así, la posibilidad de recordar y de imaginar,
cualidades más que esenciales, para el sentido de toda existencia.
Entonces
todas las existencias humanas quedan supeditadas al espacio más allá de todo
tiempo, se fluye por siempre en el espacio, para que al final, no haya espacio
presente frente a nuestros sentidos, esa es pues, la muerte con su misterio. No
importa, realmente, que no vaya a haber más tiempo pero la pregunta eterna
será: ¿Hacia dónde vamos cuando morimos? Por lo tanto todo concepto que abarque la memoria, los
recuerdos, el pasado, el presente y el futuro debería preguntarse por el
espacio que ocupa cada uno de estos conceptos (Probablemente un espacio que no
puede ser aprehendido por los sentidos científicos). Son muchas las ocupaciones
humanas que ponen como piedra de base al tiempo, pero indudablemente (Y casi
que ineludiblemente), se da por supuesto la dimensión que se habita. No hace
mucho, para mí, el tiempo recorrido cooptaba todos mis pensamientos, se metía
en cada reflexión, hoy sin grandes cambios espaciales, tal vez sí temporales,
el tiempo se escurre y queda vacío de ese sentimiento esencial.
Como
pensar en todo esto sin que la palabra Historia venga a entrometerse. Hay
narraciones para todo lo que nos acontece o podría acontecer; pareciera que la
experiencia de ser humanos sobrepasa por mucho los límites de la cordura, de la
sensatez, de lo que “debe ser”; vivimos eternamente sorprendidos. Y al arte de
recolectar dichos sentimientos y experiencias se la ha dado el nombre de
Historia más allá de la historia[1].
Se inventaron las respectivas teorías, se le designó un espacio privilegiado, y
finalmente, se decidió darle un estatuto científico. Pero la falta más grande
de esta recolección de recuerdos[2]
es que se des-espacializa y se convierte sólo, única, y esencialmente, en
tiempo. ¿Cómo serían las gráficas matemáticas para las anteriores palabras? El
debate es claro dos o tres líneas según las dimensiones que se tengan en
cuenta. Esta falta de espacio convierte a los “relatos históricos” en posibles
anécdotas; y digo posibles, ya que, el estatus de verdad (veracidad,
posibilidad de haber sucedido de la forma que se piensa) es más o menos
imposible, porque como es aparentemente claro, la velocidad en la que se esfuma
el tiempo es increíble, sin posibilidad alguna de volver sobre sus huellas.
¿Por qué? Porque no deja huellas en sí mismo o por sí mismo, las huellas son el
resultado de la experiencia y la existencia, más allá, de su temporalidad.
En
un sinnúmero de culturas (una excepción: occidente) se tiene como base de una
existencia valiosa la premisa de vivir en el aquí y el ahora. Esta
premisa se cimienta en la necesidad de que los pensamientos no abrumen nuestra
mente, para de esa forma, estar conscientes del cosmos que nos rodea, y que no
pocas veces, nos es incomprensible. Somos parte de ese todo pero (cualidad casi sin duda
humana) la posibilidad infinita que
recrea la mente nos aleja de ese espacio esencial, es decir, nos lleva a
centrarnos en la materialidad de nuestro pensamientos limitando nuestra
relación con la materialidad (en este caso implica a nuestros sentidos y todo
percepción posible) natural. La conciencia de la vida nos ha dado la
imagen, no siempre nítida, de un ser por encima de las posibilidades
del universo, o al menos, en la capacidad para ir al ritmo de sus
posibilidades. No comprendemos nada de forma antihumana, por lo tanto, hasta
cierto punto, nuestra realidad es el espejo de nuestra imaginación.
Siento
y pienso de nuevo el aquí y el ahora comprendo que no son
propiedades de un tiempo presente, más bien, de un espacio presente. Y, tal
vez, esa sea la enseñanza, que la existencia transcurre siempre en un espacio
que está presente, que es para todos nuestros sentidos (sin
importar que dicho espacio sea mental o espiritual). Es, precisamente, ahí
(forma espacial) donde todo acontece y no acontece. No se puede volver en el
tiempo porque no se pueden resucitar espacios desaparecidos tanto física como
psíquicamente. Las huellas son residuos de espacios que han dado paso a nuevos
espacios. Entonces la memoria y los recuerdos, la base intelectual de la
Historia, son estados mentales de nuestra imaginación; ahí donde todo ocurre
para nuestra alma, y no menos, para nuestra conciencia; son la base de toda
verdad.
Es
por esto que cuando se pierde la fe en el sentido no hay tiempo que
contenga esta desazón, ni hay espacio suficiente para comprender el vacío que
se experimenta. En algunos casos llamado el sentimiento de lo absurdo es el
instante, en el cual, nos damos cuenta que existimos, al igual que el universo,
de forma completamente fortuita, y qué las razones por las que decidamos
respirar nos competen, sí y solo sí, a cada uno. Esta es la importancia crucial
con que cuenta la memoria y los recuerdos en la vida; son la base existencial
de cualquier posibilidad humana para contener el suelo bajo nuestros pies.
Un espacio
En un espacio abierto
donde la brisa es fuerte y los colores son vivos se desarrolla la existencia de
toda la Humanidad; dicha existencia consta de dos partes, es decir, del campo y el cielo. Ninguno de los estadios[3]
es superior o inferior, precisamente, su
importancia se encuentra en la superposición que, inevitablemente, se crea
entre lo material y lo inmaterial porque, al fin y al cabo, los seres humanos
somos materia y no materia en el mismo instante, podríamos llamar a este
fenómeno: La Dialéctica del Ser
(aquella entre las construcciones internas y las acciones externas).
Dicha
dialéctica nos lleva a crear un puente indivisible entre nuestra experiencia de
la realidad y nuestra imaginación, precisamente, esta capacidad que tenemos
para comprender el mundo material a través de nuestro ser (cuerpo, mente,
espíritu) es la que permite que el acerbo del conocimiento humano exista; esto
nos permite crear y descubrir, comprender y transformar; la conciencia,
entonces, es la profundidad de comprensión que cada sujeto alcanza sobre su
experiencia universal (la universalidad reside en la subjetividad de las
acciones y los mundos que construye hacia adentro y afuera).
Esta
dialéctica, es decir, todos los espacios que constituimos como cuerpos, se
condensan alrededor de nuestra memoria, que a su vez, se vuelve consciente. El
discurrir en el espacio nos ha dado al tiempo: la sensación de lo continuo nos
permite hacer temporal todo en nuestra existencia. ¡Qué día, que sol, cuántas
sensaciones!
Tiempo,
los tiempos de las acciones, el tiempo de la vida, el reloj, …, el tiempo para
llegar, el tiempo para salir; en nuestra cotidianidad[4]
el tiempo parece usar todo nuestro espacio, la metáfora de aquel cocodrilo con
un reloj[5]
(tic, tic, tic, tic, tic, tac, tac, tac, taccccc) en la barriga que nos
persigue desesperadamente para devorarnos (algo así como la inetabilidad del
tiempo pero en este escrito menos poético), parece ser , la imagen perfecta
para un mundo que corre y corre, ni idea hacia dónde, pero corre y corre sin
cansancio. La orden del General está encaminada hacia un norte que todos
parecen ver, pero que, en el momento que intentan asirlo se desvanece, al igual
que, cualesquier horizonte cuando lo alcanzamos nunca estamos en la posibilidad
de ser conscientes de ello.
Casi
todo el lenguaje se remite, entonces, a la temporalidad de cuanto percibimos,
sin embargo, el espacio se hace implícito a la naturalidad con que discurre la
vida cotidiana. Y es en esa cotidianidad que las reflexiones sobre nuestra
existencia tienen el espacio necesario, y a veces, suficiente para su
desarrollo. Pero ¡¿Quiénes abren el espacio para esto?! En los momentos
cruciales de la vida de todas las personas algún atisbo de dichas reflexiones toman
su lugar y ayudan a resolver las situaciones, aunque cuando la estabilidad
vuelve ellas se esfuman. No es saludable, en todos los casos, siempre ser
conscientes de aquel impulso por el cual sentimos que vivimos.
El
desarrollo de las guerras europeas (primera mitad del siglo XX) abrió el
espacio para que el pensamiento existencial (desde la filosofía, es decir,
desde occidente) terminara de asentar sus raíces que, contaban ya, con cierta
antigüedad, claro está que, se podría considerar al acervo del conocimiento
humano como un continuo devenir por comprender, y esto implica, comprender la
existencia de todo incluido el sujeto que comprende.
Y es
aquí, en este espacio, muy complicado afirmar que esto se ajusta a la vida de
todos los grupos sociales, y a todos, los espacios que habitan, y han habitado,
humanos. La sensibilidad frente a los actos humanos cambia y se torna, casi
dramaticamente diferente, y es en esa diferencia, donde se descubre la
igualdad: hacia el dolor, el control (poder), el amor, el sentir, en fin, la
humanidad.
Fin (espacio-temporal)
Finalemente
nunca el espacio, y por lo tanto el tiempo, alcanzan para desarrollar de forma
completa aquellas ideas que trantan de ser en nuestras mentes, sin embargo,
quiero acá sentar un presente personal-subjetivo-“transferible” para así
ahondar en la reflexión sobre las consecuencias y las sensaciones de la
existencia que nos llevan a la construcción de la realidad tanto subjetiva como
colectiva y que siempre (con todo el peso de la palabra) tiene reflejos en el
mundo exterior a nosotros.
Bibliografía
o Benjamín, W. (2001). “Tesis
sobre filosofía de la historia”, Ensayos Escogidos, Ediciones Coyoacán,
México.
[1]
Este redundancia se ve eliminada en la lengua inglesa, tan simple como: Story
and History.
[2] No
me refiero, aquí, de una forma despectiva hacia los recuerdos y las
recolecciones. Tengo claro lo necesarias que son estas dos acciones para una
existencia digna y feliz.
[3]
Etapa o fase de un proceso, desarrollo o transformación. (http://lema.rae.es/drae/?val=estadio)
[4]
Deseo aclarar que mi referencia es hacia la cotidianidad occidental, más no, a
aquellas cotidianidades que se liberen de los paradigmas occidentales. Esto no
se refiere a espacios o personas determinadas.
[5]
Barrie, M. J. (2010). Peter Pan. Alianza Editorial. España.
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