Ulan Bator

Frondoso y alto. Viejo y con escamas. Albergue de vida y no vida.
Cuando ves hacia arriba pareciera que contuvieras al infinito, como una gran capa, cubres una gran área del firmamento; tus raíces se encuentran sobre una ladera, entonces, un cierto grado de inclinación amenaza con el equilibrio entre tú y la gravedad (ese concepto que pesa hasta sobre tu ser que no sabe nada de ella); en el descanso de tus ramas nace una planta, muy verde, llena de luz y energía, que florece sobre tu ya trajinada vida.
Tanto en el día como en la noche muchos pájaros llegan a tus ramas para mantener largas conversaciones, en algunos momentos, se tornan fuertes y con disputas, para luego (antes o después sin una temporalidad necesaria), ser alegres y para compartir el vuelo, la comida o el lecho.
Al tacto te presentas rugoso y gentil; tus surcos son un contacto inesperado que, aunque la vista se niegue a aceptarlo, carga caricia y sencillez, a su vez, puede sentirse la savia que busca la fotosíntesis más pura, entonces, el instante exacto en que una hormiga, el sol, y tú se unen podría considerarse la esencia misma de cualquier existencia sobre esta tierra.
No existe un olor particular en ti, sin embargo, alcanzas una completa armonía con el chuscal y la quebrada, más allá, de los carros y un poco de humo te mantienes fiel al frío de las mañanas y noches, al olor a campo (que se resiste a desaparecer), a la hierba recién cortada o humedecida por el rocío, a las hojas secas (propias y ajenas), a hojas no secas (propias y ajenas), a tierra, a pensamiento, a tiempo.
Eres como una gran extensión, parecido a las grandes llanuras que hay en Mongolia (nada tienes que ver con dicho lugar), sin embargo, en tu presencia un sentimiento de infinidad se apodera del espacio y crea un tiempo no finito evocador de lugares amplios y sin barreras, lugares donde los demás árboles son todo lo que existe, lugares donde no existe tic tac alguno más que el metrónomo del universo.
Instantes, entonces, en los que creamos un espacio que niega las leyes universales de la estabilidad, ya que, dentro de él todo lo no posible será, sin embargo, sabemos muy bien que al salir nos encontraremos de nuevo expulsados a una realidad no siempre hostil, pero, siempre extraña; de nuevo seremos parte de un todo inabarcable, y de ahí en adelante, la existencia será el tornasol de ambas caras.
Tú eres el tornasol, las caras, las existencias, y la vida. Tú, en tu frondosidad, reflejas al mundo que circundas y lo creas; somos tus partes y el todo, eres las partes del todo. Cada rama (delgada, fina, con espacio) soporta al mundo, a todo el mundo, ya que, acoge los brincos de insectos y pájaros, acoge la luz de la luna y del sol, acoge la lluvia y la sequía, ahí sin quejarse, sin amedrentarse, sin dejar de ser.
Pudieras muy bien haber sido un estoico pudieras, también, haber sido hedonista. Hay felicidad en tu espera, tu quietud es movimiento de vida y tránsito hacia la muerte, tú contienes las leyes del universo y ellas me escapan en tu presencia.






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